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HOY 15 DE NOVIEMBRE ENCONTRAMOS
ESTE CUENTO...
EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO
Érase un principito curioso que
quiso un día salir a pasear sin escolta. Caminando por un barrio miserable de
su ciudad, descubrió a un muchacho de su estatura que era en todo exacto a él.
-¡Si que es casualidad! -dijo el
príncipe. Nos parecemos como dos gotas de agua.
-Es cierto -reconoció el mendigo.
Pero yo voy vestido de andrajos y tú te cubres de sedas y terciopelo. Sería
feliz si pudiera vestir durante un instante la ropa que llevas tú.
Entonces el príncipe, avergonzado
de su riqueza, se despojó de su traje, calzado y el collar de la Orden de la
Serpiente, cuajado de piedras preciosas.
-Eres exacto a mi -repitió el
príncipe, que se había vestido, en tanto, las ropas del mendigo.
Contó en la ciudad quién era y le
tomaron por loco. Cansado de proclamar inútilmente su identidad, recorrió la
ciudad en busca de trabajo. Realizó las faenas más duras, por un miserable
jornal.
Aquella noche moría el anciano rey
y el mendigo ocupó el trono. Lleno su corazón de rencor por la miseria en que
su vida había transcurrido, empezó a oprimir al pueblo, ansioso de riquezas. Y
mientras tanto, el verdadero príncipe, tras las verjas del palacio, esperaba
que le arrojasen un pedazo de pan.
Era ya mayor, cuando estalló la
guerra con el país vecino. El príncipe, llevado del amor a su patria, se alistó
en el ejército, mientras el mendigo que ocupaba el trono continuaba entregado a
los placeres.
Un día, en lo más arduo de la
batalla, el soldadito fue en busca del general. Con increíble audacia le hizo
saber que había dispuesto mal sus tropas y que el difunto rey, con su gran
estrategia, hubiera planeado de otro modo la batalla.
-¿Cómo sabes tú que nuestro llorado
monarca lo hubiera hecho así?
-Porque se ocupó de enseñarme
cuanto sabía. Era mi padre.
Pero en aquel momento llegó la
guardia buscando al personaje y se llevaron al mendigo. El príncipe corría
detrás queriendo convencerles de su error, pero fue inútil.
El general, desorientado, siguió no
obstante los consejos del soldadito y pudo poner en fuga al enemigo. Luego fue
en busca del muchacho, que curaba junto al arroyo una herida que había recibido
en el hombro. Junto al cuello se destacaban tres rayitas rojas.
-¡Es la señal que vi en el príncipe
recién nacido! -exclamó el general.
Comprendió entonces que la persona
que ocupaba el trono no era el verdadero rey y, con su autoridad, ciño la
corona en las sienes de su autentico dueño.
El príncipe había sufrido demasiado
y sabía perdonar. El usurpador no recibió más castigo que el de trabajar a
diario.
Cuando el pueblo alababa el arte de
su rey para gobernar y su gran generosidad el respondía:
Es gracias a haber vivido y sufrido
con el pueblo por lo que hoy puedo ser un buen rey.
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